martes, 22 de julio de 2008
A mi .. y a esta ultima decada
Entrada la noche fui a mi lecho,
para sacarme del pecho
el cansancio y la rutina del roce diario,
pero en vano fui buscando el sueño
y fui a dar en ese empeño
al recuento de la vida que hasta hoy
me ha tocado llevar.
Y supe entonces que viví de intentar,
de la indiferencia de los menos mal,
de aferrarme a todo aquello,
que me fue distante como el sol
y supe que arrastré aquel gran dolor,
y que tarde me llegó el amor,
porque siempre daba más que un buen motivo.
Y descubrí que no siempre me dio la luz,
pero amé la virtud, de darse a perdonar,
y allí donde hubo tiempo preferí callar,
pues nunca hay las palabras
para el alma mostrar
y siempre busqué lo puro en el mirar,
donde lo que hay dentro
no se nos puede ocultar,
pero la inocencia
que a veces me acompañó,
supe fue la que me condenó,
a creer en toda gente.
Entrada la noche fui a mi lecho,
para sacarme del pecho,
el cansancio y la rutina del roce diario,
pero entre lo vano de ese empeño
fui a dar con el viejo sueño
de saber lo que en la vida
podré entonces llevar.
miércoles, 9 de julio de 2008
De Praga a la Habana reafirmo ,"Einmal ist Keinmal"
Salí de un cine minúsculo que hay en la calle Industria, detrás del Capitolio. Ponen películas viejas. El puente sobre el río Kwai. Estuve un buen rato silbando la marcha, Caminando y silbando. Cuando la estrenaron yo tenía siete años. Han pasado cuarenta y y sigo silbando lo mismo. Quizás no existe otro lugar del mundo como Cuba para ser uno y muchos al mismo tiempo. Pero as difícil. Uno trata de aferrarse a un espacio pequeño y manejable. Aturde saber que el mundo es tan inmenso. O que uno es tan insignificante.
Ya era casi de noche. Fui atravesando Centro Habana cono quien camina por zona de desastre, hasta la bodega de Laguna y Perseverancia.
—¿Qué tal, Lily? ¿Qué hay de nuevo?
—¿De nuevo?, mira. Misericordia, que Dios lo tenga en la Gloria.
De la casa de al lado sacaban un muerto en una camilla. Cubierto con una sábana Lo metían en una ambulancia. Me pareció que apestaba a pudrición.
—¿Quién es?
Lily no me prestó atención. Miraba fijamente a la ambulancia en las penumbras de la calle. Se persignó dos veces y repitió «misericordia». , Me quedé un rato en silencio, recostado al mostrador. Dos negros entraron a la bodega. Lily tenía una botella de ron y empezaron a beber. El muerto era un marinero de cuarenta y tres años. Vecino desde siempre. Seis meses atrás regresó de un viaje. Traía una molestia en la lengua. Cáncer. Empeoró muy rápido. Vomitaba sangre y apestaba. Estuvo unas días inconsciente hasta que murió. Era un tipo alegre. Quería curarse rápido para salir a navegar de nuevo. Dejó tres hijos. Con tanto hijoputa suelto por ahí y se muere este hombre que era un alma de Dios, porque mejor que él con sus hijos y con su mujer no lo hay en este barrio, etcétera. Escuché el chisme y me fui. En los últimos días me entero de muchos casos de cáncer. Todos se mueren de cáncer. Seguí silbando la marcha sobre el río Kwai y recordando que en casa no tengo nada de comer. Me quedan siete pesos. Pasó un tipo vendiendo pizzas. Compré una. Es un decir, si un italiano ve esta pizza se cae de espaldas. Desabrida, fría y dura como la pata de un muerto. Me la tragué. Me quedaron dos pesos en el bolsillo. «Dios proveerá», decía una de mis suegras, cuando yo tenía suegras. Bueno. Confiemos. Mañana es otro día y ya se me ocurrirá algo.
En definitiva, así es como uno vive: por pedacitos, empatando cada pedacito, cada hora, cada día, cada etapa, empatando a la gente de aquí y de allá dentro de uno. Y así uno arma la vida como un rompecabezas.
No me gusta hablar de las etapas de mi vida porque se remueve el dolor. Pero as así. Uno vive por capítulos. Y hay que aceptarlo. Mucha gente a mi alrededor estuvo inyectando rencor y odio en mi corazón. El final era invisible: ingresar al caos, seguir hacia abajo y no parar hasta el infierno. Cuando estuviera asándome en aceite y azufre en llamas ya no habría remedio.
Ya mi pellejo estaba achicharrado y pestilente a gases sulfurosos cuando logré detener la caída. Y comencé a recuperar algo de lo mejor. Me costó trabajo. Nunca volví a ser el mismo. Por suerte la vida es irreversible. Y sobre todo, no seguí rodando hasta el infierno. Pruebas que la vida te pone. Si no sabes o no puedes rebasarlas, ahí te quedas. Y tal vez no tienes tiempo ni para despedirte.
El ascensor de nuevo está roto y la escalera oscura, Sin un bombillo. Se roban los bombillos, rompen el elevador, hacen más y más entrepisos clandestinos para más y más gente y en cualquier momento el edificio se desploma. Estoy hasta los cojones de tanta miseria. Los bobos otra vez se cagaron en un escalón entre el cuarto y el quinto piso. Insoportable la peste a mierda fresca. El consejo de vecinos intenta arreglar la cerradura de la puerta de entrada, para mantenerla cerrada. Sobre todo de noche. De madrugada la gente entra a hacer de todo en la escalera: templar, fumar mariguana, cagar, mear. Pero es imposible cerrar esa puerta y lograr que cada vecino tenga una llave. Es ingenuo. Esto fue un edificio elegante de ocho pisos, con sus fachadas estilo Boston hacia San Lázaro y hacía Malecón. Pero hace años que es un aristócrata venido a menos.
Aquí sólo viven negros, viejas desastrosas, un par de putas jóvenes y otras ya destruidas que fueron putas de lujo en sus tiempos, viejos borrachos, y decenas de guantanameros que emigran en oleadas y nadie sabe cómo caben veinte en un cuarto.
Así y todo, los ilusos del consejo de vecinos aspiran a mantener cerrada la puerta y recuperar seguridad y tranquilidad en la escalera. El edificio se cae a pedazos. Literalmente. No es metafórico. Está junto al mar. Y tanto aire y salitre lo desmigajan y no se sabe a quién acudir para repararlo.
En fin. No sé por qué hablo de esto si no me importa. Pude irme en una balsa. Tuve muchas oportunidades de irme en balsas que hicieron mis amigos. Pero no, He navegado mucho en el golfo y sé lo que es el Caribe. Me dan miedo las balsas. A veces es malo saber tanto. Los ignorantes son felices. La gente los cree valientes porque se lanzan a buscar Miami flotando en un neumático de camión. Pero no son valientes sino kamikazes.
La azotea está tranquila. Menos mal porque aquí siempre hay revoltura. Un calor horrible. Ni gota de brisa. El mar como un plato. Será una noche bellísima de luna llena. Desde el octavo piso se ve todo. Dentro de mi cuarto no puedo estar. Tiene el techo de fibrocemento y es un horno. Hace falta un aguacero para que refresque un poco. Me desnudo y salgo a la azotea. Queda agua todavía en los tanques. Me baño. Y me quedo por allí, secándome al aire. En la azotea hay siete cuartos. El único que vive solo soy yo. A la gente no le gusta vivir en solitario. A mí sí, para no responsabilizarme con nada. Ni conmigo mismo. Siempre fui demasiado responsable. Basta con eso. Ahora a veces viene una vecina y se queda conmigo alguna noche. Es una negra muy delgada y fibrosa, de treinta y dos años. Nos gustamos y tenemos buenas orgías. Es muy negra y tiene un olor fuerte en las axilas y en el sexo. Eso me excita tanto que parecemos dos locos revolcándonos. Pero hasta ahí. Nada más. Luisa se perdió de aquí desde una noche que le tumbó trescientos dólares a un tipo. La mulata creyó que tenía una gran fortuna y no estaba dispuesta a compartirla con nadie. Hace dos meses que no la veo. Cualquier día de estos regresa haciéndome algún cuento y sin un centavo en la cartera.
Hay toques de tambor por todas partes. Se escuchan. Es 7 de septiembre, vísperas de La Caridad del Cobre. Los tambores suenan desde muchos sitios y recuerdo aquellas películas de exploradores en el Congo: «Oh, los caníbales nos rodean.» Pero no. Los negros sólo celebran a la Virgen. Eso es todo. Negros de fiesta. Nada que temer.
Desde aquí arriba se ve toda la ciudad a oscuras. La termoeléctrica de Tallapiedra lanzando humo negro y espeso, que no se mueve. No hay viento y el humo se queda tranquilo. Un olor como amoniaco inunda la ciudad. La luna llena lo platea todo a través de esa niebla densa de gas y humo. Casi no hay carros. Algún auto por el Malecón. Todo en silencio y tranquilo, como si no pasara nada. Solo los tambores que se escuchan apagados y lejanos. Me gusta esta lugar. El mar se ve plateado hasta el horizonte. Cuando ya no soporto más el humo y el gas, entro al cuarto y cierro la puerta. Sigue el calor. Refrescará más tarde. Sólo dejo abierta la ventana pequeña que da al sur. Desde allí se ve toda la ciudad, plateada entre el humo, la ciudad oscura y silenciosa, asfixiándose. Semeja una ciudad bombardeada y deshabitada. Se cae a pedazos, pero es hermosa esta cabrona ciudad donde he amado y he odiado tanto. Me acuesto solo y tranquilo. Nada de sexo. Demasiado sexo en los últimos días. Hay que descansar un poco. Descansar y agradecer a Dios y pedirle fuerza y salud. Sólo eso. No necesito más. Tengo que evitar a los demonios, y ser fuerte. En definitiva sin fe cualquier sitio es otro infierno.