Si se ha considerado la perversidad humana y se está pronto a indignarse ante ella, es preciso dirigir en seguida la mirada a la angustia de la existencia humana. Y recíprocamente, si la miseria os espanta, volved los ojos a la perversidad. Entonces se verá que una y otra se equilibran y se reconocerá la justicia eterna. Se verá que el mismo mundo es el juicio del mundo.
Hasta la cólera más legítima se calma al punto ante la idea de que quien nos ha ofendido es un desventurado.
Envidia y lástima; cada cual lleva dentro de sí esos dos sentimientos diametralmente opuestos. Lo que los hace nacer es la comparación involuntaria e inevitable de nuestra propia situación con la de los demás. Según reacciona esta comparación sobre ca-da carácter individual, uno u otro de esos sentimientos llega a ser fundamental disposición y fuente de nuestros actos. La envidia no hace más que elevar, engrosar y consolidar el muro que se alza entre tú y yo. Por el contrario, la lástima lo hace delgado y transparente, a veces lo destruye de arriba abajo, y entonces se disipan todas las diferencias entre yo y los otros hombres.
Cuando nos encontremos puestos en relación con un hombre, no nos paremos a pesar su inteligencia ni su valor moral, lo que nos conduciría a reconocer la perversidad de sus intenciones, la estrechez de su razón, la falsedad de sus juicios, y no podría despertar en nosotros más que desprecio y aversión. Consideremos más bien sus sufrimientos, sus miserias, sus angustias, sus dolores,y entonces sentiremos cuan de cerca nos toca; entonces se despertará nuestra simpatía, y en vez de odio y menosprecio experimentaremos por él esa conmiseración"
Hasta la cólera más legítima se calma al punto ante la idea de que quien nos ha ofendido es un desventurado.
Envidia y lástima; cada cual lleva dentro de sí esos dos sentimientos diametralmente opuestos. Lo que los hace nacer es la comparación involuntaria e inevitable de nuestra propia situación con la de los demás. Según reacciona esta comparación sobre ca-da carácter individual, uno u otro de esos sentimientos llega a ser fundamental disposición y fuente de nuestros actos. La envidia no hace más que elevar, engrosar y consolidar el muro que se alza entre tú y yo. Por el contrario, la lástima lo hace delgado y transparente, a veces lo destruye de arriba abajo, y entonces se disipan todas las diferencias entre yo y los otros hombres.
Cuando nos encontremos puestos en relación con un hombre, no nos paremos a pesar su inteligencia ni su valor moral, lo que nos conduciría a reconocer la perversidad de sus intenciones, la estrechez de su razón, la falsedad de sus juicios, y no podría despertar en nosotros más que desprecio y aversión. Consideremos más bien sus sufrimientos, sus miserias, sus angustias, sus dolores,y entonces sentiremos cuan de cerca nos toca; entonces se despertará nuestra simpatía, y en vez de odio y menosprecio experimentaremos por él esa conmiseración"
2 comentarios:
La conmiseración se puede transformar en la bandera de una transigencia excesiva, de un dejar hacer-dejar pasar que puede resultar peligroso. No hablo del no-perdón a ultranza, sino del intentar que seres abyectos pasen son más gloria que pena...
que extranamente adecuado que el aleman ese haya hecho estas reflexiones en un libro sobre las mujeres, no crees? Y es que tras de tanto analisis sobre el juicio de las mujeres hay un juicio sobre, (como juzgan ellas, por ejemplo la perversidad vs la maternidad, etc) No me convence esa manera de encontrar sentimientos magnificos, si me hago entender? con miserere forma gramatical latina de un intercambio a usura, un perdon misericordioso es asi... lleno de enganhos
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